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Adquiriendo hábitos, mi experiencia

Los hábitos no siempre se eligen. De hecho, según un estudio de la Universidad de Duke, el 40% de lo que hacemos diariamente son hábitos que hemos adquirido y no sabemos de dónde provienen en la mayoría de los casos. Aquí te cuento mi experiencia “milagrosa” para adquirir buenos hábitos.

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Cuando los hábitos no son los que quieres.

Todos los días venía a mi la misma idea perturbadora. “Tienes que leer este o aquel libro, tienes que sacar tiempo para leer, si no te cultivas, te marchitarás por dentro”. Era una idea que me atormentaba hasta tal punto que en algún momento de saturación decidí que ya era hora de leer.

El hábito de leer

Entonces, en un hueco que se liberó aquel día, cogí el libro y leí unas cuantas páginas, a lo sumo treinta. Me sentí genial, volví a mis tareas, volví a mi rutina convencido de que había empezado a leer, por fin.

Pero aquel libro quedó olvidado para siempre, esperándome en la página treinta y uno, como el que espera al que sale a comprar tabaco con la maleta y las llaves del coche en la mano.

El hábito de hacer ejercicio

Después vino otra idea que me atormentaba “tienes que estirar por las mañanas, hacer ejercicio, ponerte en forma, no puedes levantarte tan agarrotado, vas a acabar encogido y atrofiado de pasar tantas horas sentado trabajando”.

Un día ya no aguanté más el traqueteo mental de esa idea. Acuciado por pequeños micro-dolores que iban del cuello a la muñeca, me levanté de la silla en un hueco que se me liberó por una consultoría cancelada, cogí la esterilla de yoga del armario que me había comprado hace meses y aún no había estrenado y me extendí en el suelo a realizar ejercicios de estiramiento con una dedicación plena.

Me sentaron realmente bien y cuando volví a trabajar, me sentí renovado y fresco para continuar la jornada.  Aquel día no me dolió tanto la espalda y dormí mejor. Me sentía contento porque por fin había comenzado a realizar ejercicio.

Pero aquella esterilla… aquella esterilla quedaría también abandonada para siempre en la esquina oscura del armario, esperando a ser rescatada para compartir otra sesión de estiramientos y relajación.

El hábito de escribir

Finalmente, vino a mí una última idea, esta especialmente hiriente: “tienes que escribir, has dejado de escribir, con lo que te gustaba… perderás la habilidad de hacerlo y te arrepentirás siempre de ello”. Venía una y otra vez, mientras preparaba presupuestos, mientras escribía el acta de una consultoría o cuando terminaba un análisis de un sitio web.

Llegó un punto que esa idea me atormentaba de tal manera que en un hueco que se me liberó,  paré con todo y empecé a escribir. Me senté ante la hoja en blanco y esperé paciente la visita de la inspiración.

Empecé uno, dos y hasta tres textos, pero carecían de todo y acabé frustrado porque no encontraba la voz interior que antes me susurraba al oído textos maravillosos.

 “Mañana lo vuelvo a intentar, hoy estoy cansado, además…” y lo que vino después del además fue la vigésima excusa para justificarme y abandonar mi nuevo proyecto de volver a escribir.

Cómo conseguí implementar nuevos hábitos

Entonces, ¿cómo podía conseguir el hábito de volver a leer libros, realizar ejercicio y estiramientos y retomar la escritura?.

No llegaba a comprender mi incapacidad para integrar esas tres actividades en mi rutina que sabía que tanto repercutirían positivamente en mi vida, en mi salud y en mi profesión. No comprendía por qué me era imposible reconfigurar mis horarios, mis prioridades y en definitiva, mis hábitos.

Me negaba a creer que la única posibilidad de realizar ejercicio, leer o escribir estaría en los “huecos que se me liberaban en la agenda”, pero no daba con otra alternativa.

A veces las grandes soluciones llegan de manera inesperada, por accidente, cuando cambias o cuando algo cambia tu rutina diaria.

Es ese cambio el que genera una ventana de oportunidad para adquirir un nuevo hábito.

En mi caso fue una noche que me levanté con la boca seca y un dolor de cuello tan grande que no pude volver a dormir. Me levanté, bebí un vaso de agua y miré el reloj. Eran las 6:03 de la mañana.

Mi alarma sonaría a las 7:40, como todos los días, pero ese día en cuestión, ya llevaría una hora y treinta y siete minutos levantado.

Me resigné y fui al sofá a sentarme y relajarme un poco. Entonces vi el libro que había abandonado hace unas semanas y pensé “ya que no puedo dormir, leo”. Mi cabeza estaba tan clara, con tan poca información, que absorbí la lectura con una facilidad pasmosa. Era un libro de divulgación y cuando quise darme cuenta me había leído unos cuantos capítulos y estaba tan inmerso en la lectura que ni reparé en el dolor de cuello que me había llevado hasta allí”.

Así que me levanté y preparé un café mientras pensaba en lo que había leído y en lo despierto, centrado y enfocado que me sentía. Aproveché mientras se hacia el café para estirar un poco el cuello y la espalda, allí mismo en la cocina, de pie.

Me estaba sentando tan bien que saqué la esterilla de yoga de la parte oscura del armario, la puse en el salón y realicé unos cuantos estiramientos más. Me vine arriba y acabé haciendo unas cuantas posturas de yoga para activar el cuerpo.

Seguía con la mente clara y enfocada, pero ahora además sentía el cuerpo reactivado por el ejercicio, así que me di una ducha rápida para refrescarme, me serví el café y me fui al ordenador.

Sentí entonces que aquella voz interior que me susurraba frases maravillosas había vuelto, posiblemente atraída por la lectura y el ejercicio y por esa sensación de sentirme despierto y enfocado, así que sin perder tiempo empecé a escribir y para mi asombro, las ideas fluyeron, los textos cobraron sentido y cuando me quise dar cuenta, había escrito algo bastante aceptable y me sentí eufórico.

Justo en ese momento, sonó la alarma de mi reloj en el cuarto, eran las 7:40 y no, no había sido un sueño. Fui a apagarla y por el camino me di cuenta de que había encontrado la solución.

El milagro que no lo fue tanto

En poco más de hora y media había conseguido leer, hacer ejercicio y escribir. Era un milagro, si podía hacer eso despertándome una hora y media antes, ¿qué podría hacer si me despertaba dos horas antes?

A partir de aquel día, mi reloj dejó de sonar a las 7:40 y empezó a hacerlo a las 6:30. Durante un tiempo, aproveché esa hora y diez minutos para adquirir esos hábitos que tanto me reportaban.

Con el tiempo, lo novedoso se convirtió en hábito y ya para aquel entonces, supe de la importancia de liberar las primeras horas del día para lo realmente importante. Si dejaba todo mi tiempo a la maquinaría del día a día, lo engulliría como siempre había hecho. Si dejaba todo a “se me ha liberado una hora” no podría avanzar nunca.

Moraleja.

Somos animales vagos por naturaleza, forma parte de nuestra genética, forjada durante miles de años para sobrevivir en una época anterior de muchas carencias y pocos recursos que ya no es la actual.

los hábitos de un perezoso también son humanos

Por eso nos cuesta tanto coger nuevos hábitos. Por eso, cuando decidimos empezar una nueva rutina las primeras semanas son durísimas y tu cerebro busca cualquier excusa para volver a la situación anterior.

Así que no te sientas mal si hace tiempo que quieres incluir hábitos en tu vida diaria y no lo consigues. No te sientas mal por procrastinar, pero recuerda:

No eres una persona procrastinadora, tienes un hábito de procrastinar.

Entender esta diferencia puede cambiar tu percepción de lo que puedes conseguir. Te dejo este vídeo de la divulgadora Mel Robbins que te explicará esta idea en poco más de 3 minutos.

Antes de despedirme, mi consejo es que le des prioridad absoluta a los nuevos hábitos y que a ser posible dediques las primeras horas del día a cultivarte para luego poder sobrellevar tus obligaciones diarias con mucha más energía y satisfacción.

Compártelo con esa persona a la que sabes que le va a interesar.

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